El cielo era un mar de tinieblas y Dios desde su rinconcito hizo florecer las estrellas la luminosidad pequeña del espacio luceros silenciosos cantando su gloria. Me sentí feliz al verlas: Abatían las sombras cercenando el silencio... Me arrodillé oré por su magnificencia. La luna apareció despues tras de mí el esplendor cual si fuere a tragarme. Bajé la cabeza me postré bajo su seno ya no era de noche ni de día: Era la hora de Dios de él para los hombres... Amo las criaturas del señor con toda su gracia y belleza también mi cuerpo joven amo todo lo existente porque me pertenece y te pertenece. Los Andes, Chile 1993