Imágenes blanquecinas como pálidas flores de un otoño sin hojas languidecen entornadas en almenares electrónicos pacientes de espera silenciosa, girando unidas a 7200 revoluciones por segundo. ¿Quien diría que son recuerdos? ¿Qué saben las máquinas de memoriales humanos? De sus laboriosas agujas penden en tropel millones de ciberneticas telarañas pobladas de recuerdos no escritos, programados a solo un paso de caer y diseminarse en la nada perdiéndose para siempre en el frío y atómico lugar que no existió salvo en la cibernética estancia intermedia entre una CPU y sus bancos de memoria. Universos aleatorios, alterados con humanos macilentos como imágenes abandonandose capa a capa sobre la matriz ilusoria de un programa editor de sueños blandiendo sus caretas hasta cambiarlas y trocarlas en sueños sin vida, como semillas flotantes sin destino, sin consistencia y sin amor. No podemos depender, humanos no debemos depender, hermanos de las máquinas que aglomeran vida sin sustancia, que lideran sueños de arrogancia y apócrifa alegría. Imágenes blanquecinas como pálidas flores de un otoño sin hojas nos abordan y consuelan nos vigilan y limitan las pantallas.